El talento de Mathieu Bablet que explotó en La bella muerte y, sobre todo en Shangri-La, se ratifica con más contundencia, si cabe, en este su último trabajo. Aunque hay quien considere que estos álbumes configuran una trilogía y un universo común, más ajustado sería decir que comparten cuestiones y preocupaciones que van progresando de un libro a otro, adoptando un calibre cada vez más complejo y desafiante como pueden ser el lugar del individuo en la sociedad, el consumismo que tiraniza los estilo de vida, la tecnología como arma que usa totalitarismo para imponerse, la fugacidad de la existencia y el funcionamiento de la conciencia. Con demasiada frecuencia los humanos construimos una idea de superioridad respecto a las otras especies, basadas en facultades como el lenguaje o la empatía, ¿pero qué es lo que sucede cuándo se construyen dos robots, Carbono y Silicio, a la vanguardia de la inteligencia artificial que, además de tener esas capacidades, pueden acceder a todo el conocimiento generado hasta el momento, pero como contrapartida la libertad les es negada y su final está decretado de antemano?

La respuesta para vivir más allá de los quince años previstos no puede ser otra que la rebeldía, la obstinación, pero también la comprensión por parte de estos robots de que sus creadores son seres sorprendentes, complejos y que están sumamente angustiados por su existencia finita. Mientras Silicio, en su huida hacia adelante opta por viajar incansablemente para conocer de cerca la Tierra, descubrir la belleza del mundo, sentir su aliento y el de sus habitantes, Carbono, por el contrario, prefiere crear vínculos duraderos con personas cercanas a él. Visiones contradictorias a la vez que complementarias de una humanidad que muta, que sufre, que se redefine constantemente, pero cuya belleza no desaparece.

Los personajes en su contaste viaje de más de 300 años pasan por California, Hong-Kong, Alaska, la India o Brasil. En su tránsito por todo el planeta la pequeña historia se une con la gran historia. Cada época es un espejo, un reflejo de una sociedad observada a través de la mirada en movimiento de las dos máquinas.

El don para la narración no oculta el impresionante dominio técnico del dibujo. Bablet no deja pasar la ocasión de consumarse como el diestro ilustrador que es. Realiza páginas de sobrecogedora perfección con escenarios, como pudiera ser el laboratorio, el aeropuerto, los templos hindúes, las ciudades convertidas en vertederos sin fin o los edificios sumergidos en los mares, llenos de intrincados detalles realzados por una potente y generosa paleta cromática.