El mal cautivo, la lógica del encarcelamiento

6 minutos de lectura
4

Review

Novela negra
9/10
Trama
9/10
Psicología de personajes
9/10
Argumento
10/10
Overall
9.3/10

El mal cautivo de Maurizio Torchio – es relato conmovedor de un condenado a cadena perpetua que disecciona las micro sociedades creadas en el entorno carcelario según el patrón jerárquico universal de dominación y sumisión.

Libertad bajo palabra

Maurizio Torchio saca a la luz los entresijos de un sistema penitenciario que parece estar condenado a la celda de aislamiento social por su crudeza y estigma. El mal cautivo libera todo el silencio acumulado para contar lo que se ve y no se ve en las cárceles. Inspirándose en los modelos que definen al tipo de presos, dominadores y sometidos, va dando entidad a un sistema totalitario y de libre albedrío gestionado tanto por el gremio de funcionarios como por el de cabecillas de reos. Todo se reduce al instinto más primitivo de la existencia humana, el empleo del poder y el miedo. Y mientras sus ojos van trazando la crónica social penitenciaria, su mente regresa una y otra vez a la causa de su encierro: el secuestro de la hija de un poderoso empresario.

Voces que resuenan en el corredor

Entrar de visita en diferido en una cárcel o codearse con un submundo a través de la pantalla de protección de un libro o el plasma es algo que a cualquiera le suscita cierto morbo. Solo hay que echar un vistazo a la cantidad de productos relacionados que surgen cada año. Series como las míticas The wire, Los Soprano, Oz, Prison break, Breaking bad; las cintas celda 211, Convicto, Cadena perpetua, Una oración antes del amanecer o publicaciones como Mafia Life, Malerba, Tibu. Memorias de un mánager o Cadencia de estornino editados en nuestros sellos. La oscuridad también atrae, lo que está al otro lado, especialmente si el que actúa de cicerone narrativo te guía por unos escenarios que poco a poco van dejando de parecer parte de un parque temático y se van convirtiendo en tu realidad. Maurizio Torchio lo logra a través de una narración sencilla y espeluznantemente serena, tal y como lo ve. Narrador testigo a veces, otras se la juega a ser dios y opta por una suerte de omnisciencia bastante convincente que te hará preguntarte si no estará también leyendo tu mente mientras le sigues.

En la piel de un reo con visión acotada

El autor no solo logra meterse en la piel de un preso que ya conoce cada minuto de su futuro, sino que a través de la narración testimonial convence al lector para que se vaya introduciendo también como testigo en la mente y mirada del reo, como si le pusiera unas gafas de realidad virtual. Ya desde el arranque de la novela nos incomoda al hacernos pasar de manera directa por el momento de ingreso en la cárcel. «Te dicen: orejas. Doblas las orejas y te vuelves, primero a la derecha, luego a la izquierda. //Nariz. Inclinas la cabeza hacia atrás para facilitar la revisión. Boca. Abres la boca. Las puertas del cuerpo se abren acatando una orden. Abres la boca pero no te dan de comer: comprueban que no lleves nada. //Levanta la lengua. Obedeces. //Saca la lengua. Obedeces. //Encías. Separas los labios usando las manos. Tus dedos a disposición de los guardianes.»

Ficción para una posibilidad

Traspasar la línea que separa la ficción del momento de lectura convierte la historia en una experiencia vital más que ociosa. A medida que nos vamos familiarizando con el protagonista, va emergiendo un conflicto interno que va de la condena a la empatía, del prejuicio a la conmiseración, de la angustia al alivio. Un cóctel de sentimientos oscilantes que nos mantienen en vilo y nos confunde porque nos acerca a un mundo que no es una distopía, aunque pudiera parecerlo. La cárcel  existe, está ahí, al alcance de una mala decisión, de un error, de una trampa, y eso es aterrador. Cuando comenzamos a percibir que la desgracia ajena va dejando de ser poco a poco menos ajena y se convierte en una posibilidad de ser la secuestrada, un familiar de un reo o de un funcionario despiadado, o incluso el propio reo, es cuando ya no podemos salirnos de la historia porque ya somos parte de ella. Esta es la maestría de Maurizio Torchio, su destreza para crearte el Síndrome de Estocolmo con su propia obra.

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