Marina Abramović: el triunfo del diálogo con el cuerpo
La artista serbia de performance, Marina Abramović, logra el premio Princesa de Asturias de las Artes 2021 a toda su trayectoria. Un reconocimiento más que le llega tras una inversión vital a base de disciplina, determinación y motivación, pero también de renuncia.
Derribando muros que edifican mentes
«¡Tierra! ¡Invisible!/¿Cuál, si no la transformación, es tu misión urgente?» Desde aquel día en que Danica, su madre, le regalara el libro Cartas del verano de 1926 sobre la correspondencia de Rilke, Tsvietáieva y Pasternak, Marina Abramović tomó este verso de Rilke como un mantra dinamita para derribar sus propios muros. La artista más arriesgada y controvertida, desde que se iniciara en el arte de performance en los años setenta, ha centrado su proyecto vital en la construcción de su identidad a base de demoliciones. Los muros que diseñan los planos residenciales de la sociedad: la familia, el amor, la ideología o la vocación artística, son para ella un material de reciclaje permanente. Derribando muros, autobiografía publicada por Malpaso, es el relato de toda su trayectoria vital y el testimonio de cómo el arte puede ser un medio de sanación personal, o a menos el mejor intento.
Ritmo 5. El principio fue el fuego
Una estrella gigante de madera que contiene otra estrella también de madera. Ambas reposan en el suelo. Sus contornos están cubiertos por astillas empapadas en gasolina. Marina Abramovic les prende fuego. Y, mientras aguarda a que las llamas vayan perfilando sus contornos incandescentes, va cortando sus uñas y cabello en un ritual que simula un exorcismo. Después se introduce dentro de la estrella menor resistiendo inmóvil el fervor de las llamas circundantes hasta perder la conciencia. Su cuerpo yace entre el fuego con los brazos y las piernas abiertas a modo de hombre de Vitrubio de Leonardo da Vinci. Con esta performance de matrioska incendiaria, Abramović construye en torno a su cuerpo una barrera de fuego con la forma de una estrella de cinco puntas. «¿Por qué una estrella? Era el símbolo del comunismo, la fuerza represora bajo la cual me crie, era de lo que intentaba escapar…» Su infancia en un hogar de partisanos devotos al régimen comunista del magnánimo Josip Broz Tito en la antigua Yugoslavia, bajo la mirada intransigente de su madre, y el abandono de su padre, forjó un carácter que experimentaba con los límites de su mente y de propio cuerpo. Destruirse para después auto-construirse con lo que vaya quedando de ella y escapar como cenizas lanzadas al viento de la prisión de su hogar (la estrella menor) dentro del cerco totalitario de su país claustrofóbico (la estrella mayor). La primera metamorfosis de la artista nos puede llevar con obviedad al mito del ave Fénix, aunque quizás en la mente de Abramović tuviera más que ver el momento en que tomara consciencia del significado del arte. Aquel día en que le pidiera a su padre un juego de óleos y éste además le proporcionara un profesor de pintura que prendió fuego a una de sus obras y la tituló «atardecer». Esta acción tan pirómana supuso el comienzo del arte de lo efímero y una forma de construir la obra desde su proceso de creación y destrucción. Yves Klein lo dice más claro: «Mis cuadros son solo las cenizas de mi arte».
El arte de no mentir en el espejo
«La sabiduría es hija de la experimentación», sostenía Da Vinci, otro aforismo que Marina Abramović seguiría al pie de la letra. Aún tenía muchas performances por delante. En Thomas lips, su cuerpo vuelve a adoptar la postura del hombre de Vitrubio, pero con las piernas cerradas y el hielo como elemento purificador. Ahora la estrella de cinco puntas está presente grabada a cuchilla sobre su vientre. Ya no es tan efímera como en ritmo 5; la ha interiorizado. Fuego y hielo actúan como soportes antagónicos de liberación, pero con el mismo efecto abrasivo sobre su cuerpo. Liberación a través de alcanzar el límite del dolor y traspasar su barrera. Poner a disposición del público 72 objetos para usar sobre su cuerpo en Ritmo 0, o cepillarse el pelo y arañarse el rostro mientras repite a modo de madrastra de Blancanieves frente al espejo: El arte debe ser hermoso, la artista debe ser hermosa para desmontar el concepto la belleza como fin último del arte.
Aumentando los márgenes del dolor
Desde que conociera al artista alemán Frank Uwe Laysiepen (Ulay) a su llegada a Ámsterdam, y se convirtiera en su guía, arte y amor compartirían el mismo leit motiv que les uniría y separaría a lo largo de su relación; el péndulo de Newton. Juntos comenzaron a realizar performances que no eran sino la transfiguración en arte de su relación sentimental. Sus cuerpos desnudos chocando reiteradamente a lo largo de 58 minutos en Relaciones en el espacio. ¿Qué trataban de decir al público? Pero sobre todo, ¿qué trataban ellos de comunicarse?
Ese momento marcó el inicio de un proyecto vital común regulado en un manifiesto en favor de su libertad artística y espiritual. Aunque el hecho mismo de tener una reglas supusiera estar supeditado a ellas. Libertad relativa a bordo de una furgoneta Citroën que se convertiría en su hogar sobre ruedas. Viajes por Europa realizando sus performances en galerías: Irrupción en el espacio en Dusseldorf, un menâge à trois con un muro que amortiguaba sus golpes. Imponderabilia en Bolonia, donde sus cuerpos desnudos uno frente al otro servían de pasadizo para el público. O Expansión en el espacio, donde desnudos correría en direcciones opuestas para chocar simultáneamente contra una columna de madera. Numerosas performance que añadirían un componente más de riesgo, en paralelismo a su relación sentimental. Una relación siempre al borde de ningún lugar, pero paralelas. Hasta que idearon un proyecto quizás premonitorio; recorrer la Gran Muralla china, cada uno desde un extremo opuesto, y encontrarse en la mitad del camino para unirse en matrimonio o culminar una etapa.
Viaje al centro del corazón
Hasta aquí podemos contarte cómo fue el comienzo de quien se convertiría en una de las artistas de performance más importantes del mundo. El resto de la historia merece la pena descubrirlo en sus memorias. El interés por su obra ha formado filas interminables en los museos más emblemáticos. Siempre en continua búsqueda recíproca con su espectador, Abramović habla sin miedo de sus miedos, con sencillez y verdad, llegando incluso a derribar la frontera que separa al libro del lector. Quizás tenga algo que ver el contacto directo con los garantes universales de la sabiduría a lo largo de toda su vida. La convivencia con los aborígenes en el Gran Desierto de Victoria en Australia, sus largos periodos de meditación en India, sus conversaciones con las serpientes, o los encuentros con el dálai lama del que aprendió «que se pueden decir las verdades más terribles si primero se abre el corazón humano con el humor. De otra manera, el corazón se cierra y ya no entra nada». Derribando muros es la autobiografía que tienes que leer si te gustan los retos y traspasar los muros que limitan tus deseos. Estas son las memorias que no puedes perder. Añádelas a tu lista de lecturas y prepárate para un encuentro en la tercera fase.
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