Hijos perdidos de Carlos Rubio
Una novela conmovedora sobre el conflicto de la paternidad no deseada, el abandono y el perdón como posibilidad de salvación en una familia desestructurada.
Descubre la novela de Carlos Rubio, Hijos perdidos.
Retrato de familia sui géneris
Un Pedro Páramo contemporáneo, urbano y letrado, se adelanta a buscar a su prole antes de ser buscado, por motivos más vinculados al ego que al arrepentimiento genuino. Cuenta con un arsenal de justificaciones con las que, cree, contrarrestará efectivamente los muy posibles reproches. A través de estos argumentos para el abandono parental se configuran sus historias con las madres de cada uno, así como la narrativa de cada uno de sus vástagos. Se evidencian las influencias latinoamericanas del autor, no solo a través de la trama que recurre a varias de ellas como personajes incidentales, parte de su trayectoria periodística, sino del entramado mismo que evoca la galantería narrativa de Carlos Fuentes, el erotismo depresivo de Juan Carlos Onetti, los subterfugios imaginativos de Julio Cortázar y la irreverente abundancia verbal de Roberto Bolaño, quien tiene un memorable “cameo” bajo su identidad de Arturo Belano, el “detective salvaje”.
Por encima de la tensión, el dramatismo y el extrañamiento de una circunstancia anómala que invita a la más imprevista apoteosis, se perfila la figura paterna, idealizada o aborrecida, vuelta personaje de ficción, mito privado o en telequia, separado del propio protagonista que pugna por resaltarse como un hombre virtuoso, cuando en realidad es un hombre machista, convencido de no serlo por respetar “la libertad” de sus amantes, mujeres fuertes en múltiples sentidos. Ha aprendido, como tantos otros, a parapetar sentimientos de culpa e inferioridad, así como un temor patológico al fracaso que lo vuelve pusilánime, tras una serie de excusas evolutivas, naturalistas y psicológicas, que, por razonables y hasta sublimes que lleguen a sonar, lo pintan de cuerpo entero como el padre ausente por antonomasia, ese recurrente fantasma de nuestra cultura, de nuestra literatura… de demasiados hogares latinoamericanos.
Sobre la multiplicidad de las ausencias
Todos aceptan la inesperada invitación. Todos tienen algo que decirle. No todos están dispuestos a perdonar. La pregunta que ronda sus cabezas, incluida la de la hija adoptiva… ¿Cómo un padre tan irresponsable representó la salvación y fortuna de una pequeña huérfana? Cada hijo es, en gran medida, fruto del abandono paterno pero también de los rasgos de carácter de aquellas amantes que dejaron huella en él: el inadaptado que carga un tremendo récord delincuencial, el que nació enfermo y tiene por hogar un hospital y amigos efímeros con los que no se debe encariñar; la entregada profesora de kindergarden que no tiene intención de ser madre; el artista hipersensible con una visión trágica y romantizada de la vida y la hermosa modelo indiferente a su fama y a su fortuna porque se siente vacía. Todos de espaldas al mundo, ensimismados. Al final se nos presenta un dilema, ¿quién es el más digno de lástima, después de todo? ¿Hay realmente un ganador en este juego de la vida?
Más allá del arquetipo cultural
Los personajes de Hijos perdidos son fáciles de querer, compadecer o detestar, simultáneamente incluso, quizá porque, a diferencia de aquel Páramo espectral de Juan Rulfo, lleva aquí la voz cantante y, en cierta medida, conserva su carácter ausente al opacar las vivencias de los hijos que se esfuerzan por recrearse, por subrayar su autonomía al margen de las carencias de la infancia. Llegar a querer a Pater, como lo nombra su hija adoptiva, no será tan sencillo… aunque su discurso y los vuelcos narrativos que constituyen sus mil y una noches de excesos, viajes, éxitos y fracasos, tienen instantes luminosos y una cautivadora energía que lo volverán entrañable, si no en lo afectivo, sí en lo literario.