Breve historia de la economía – Niall Kishtainy

11 minutos de lectura

Review

Historia de la economía
9/10
Ensayo economía
9/10
Mundo capitalista
9/10
Didáctico
9/10
Edición
9,5/10
Overall
9.0/10

Breve historia de la economía – Niall Kishtainy

Breve historia de la economía – Niall Kishtainy –Hasta los que detestan los números se apasionarán por estos héroes y sus circunstancias, personales e históricas, que dieron luz a la más joven de las ciencias: la economía.

Valoración usuarios:
4.5/5

El autismo de Smith

La sola aparición del término «economía» en el título de un libro produce cierto escozor a aquellos que no se llevan del todo bien con los números. Lo cierto es que ahondar en la historia de la economía, expuesta con pasión y sencillez, redunda en un paseo placentero, no exento de sobresaltos. Como en los mejores relatos parece como si nos introdujéramos en un bosque majestuoso y bañado de sol, sin la certeza de no ser sobresaltados por una rara fierecilla agazapada en las copas de los árboles, o de calcular adecuadamente el camino de retorno antes de que anochezca. Esta, pues, no es una historia de números, ni de estrategias, sino de personajes casi siempre bien intencionados. Muchos de ellos nos fueron presentados más como símbolos que como personajes de carne y hueso. Por ejemplo; quien haya estudiado las teorías del filósofo escocés Adam Smith, en el contexto de un aula impregnada de incómodos silencios, en voz de un profesor calvo –o casi siempre calvo-, repitiendo de memoria su teoría sobre el valor del cambio y del uso; cómo, el consumidor del mundo capitalista desconoce los tiempos requeridos en cada proceso de producción y, por tanto, ignora que el valor de cambio no lo determina el trabajo sino la suma de las ganancias del capitalista, nunca imaginaría que ese tal señor Smith pudo ser otro de esos genios con rasgos autísticos, cuyos labios susurraban un rosario de conjeturas mientras deambulaba por el jardín de su casa de Kirkcaldy. No era raro que tales paseos terminaran diecinueve kilómetros adelante, habiendo atravesado una carretera en bata de dormir, sumido en las teorías que discutía consigo mismo.

Las llagas de Marx

Ignoran también que el Moisés de la biblia comunista que pudo ser inventado por Víctor Hugo o por Mark Twain Carlos Marx, era un señor agobiado por las deudas que suelen generar familias numerosas como la suya, y que escribió El Capital hasta que, literalmente, le sangraron las manos pues tenía los dedos llagados por el esfuerzo de apoyar ininterrumpidamente la pluma, al tiempo que procuraba no pisar los juguetes de sus hijos, regados por todas partes. Los «señores economistas», con sus asegundes, llegaban a resultar simpáticos, incluso grandes seres humanos, cuando no pícaros e idealistas como el utopista francés del siglo XVIII Charles Fourieral que bien podría considerársele el padre del hipismo. Fourier consideraba que la sociedad de fábricas y ganancias era bestial e inhumana; que la sociedad comercial era lo bastante hostil para que los vendedores de vidrio rogara por una granizada que rompiera las ventanas de todo mundo y orillarlos a pagar lo que fuera con tal de no ahogarse, así que creo el concepto de los falansterios, una especie de comunas equipadas con lo necesario –incluida una ópera– cuyos habitantes solo tendrían que cultivar rosas y cuidar pollos para sobrevivir. Llevarlo a la práctica demostró que se trataba solo de un hermoso sueño, aunque a la fecha hay quienes creen que el paraíso en la tierra de Fourier es posible. Tanto Smith como su colega Thomas Malthus llegaron a ser considerados seres fríos debido a sus teorías, que parecían desdeñar la necesidad de los pobres, cuando en el fondo, parecían seres amables que trataban de encontrar una salida viable tanto para patrones como para obreros.

La nueva ciencia

William Jevons (1835-1882) fue el primer economista titulado del mundo por la Owens College de Manchester. La economía es una ciencia novísima, comparada al menos con las matemáticas o la literatura, aunque los primeros pensadores económicos fueron los filósofos griegos. Hace 10,000 años surgió la primera revolución económica, cuando se descubrió la manera de cultivar plantas y domesticar animales. Hesíodo, uno de los primeros poetas griegos determinó que «Los dioses mantienen oculto el alimento de los hombres».

Una de las principales preocupaciones de filósofos como Aristóteles y Platón estaba directamente relacionada con la economía y la distribución de la riqueza. Ambos condenaban el amor al dinero que, por cierto, solía ser mucho más pesado e impráctico. Bastante más tarde, durante la Edad Media, las bien intencionadas ideas de Santo Tomás de Aquino prefiguran la maquinaria bancaria, sorteando brillantemente las contradicciones religiosas respecto a las prácticas de usura y mercantilización, en una época en que las grandes decisiones sobre las finanzas de los gobernantes las dictaban mercaderes y funcionarios. La primera «escuela económica del mundo» tuvo lugar en el siglo XVII, a través del Marqués de Mirabeau y un siglo más tarde, Francois Quesnay fundaría la primera escuela de pensamiento económico que recibiría el nombre de fisiocracia, lo que significa «gobierno de la naturaleza». Estos economistas en embrión se denominarían «fisiócratas».

Cabeza fría, corazón caliente

Las ideas de los economistas surgen de manera muy semejante a las de los artistas, como sería el caso de Alfred Marshall, que mejoró la «marginalista» de William Stanley Jevons, mientras hacía senderismo por los Alpes. La literatura misma ha abrevado de las grandes problemáticas y soluciones en materia de la Economía, como su caso emblemático, «Los miserables», de Víctor Hugo, fruto de las primeras sacudidas de la Revolución Industrial que, a decir de algunos renombrados economistas, tuvo un final feliz, aunque a costa del hambre y la miseria de millones de seres humanos. Otro caso emblemático que refiere Niall Kishtainy en Breve historia de la economía es el momento en que la Literatura y la Economía hicieron tregua, fue el del gran autor británico Thomas de Quincey, aficionado a lecturas sobre matemáticas y filosofía que le eran cada vez más liosas, cosa que atribuyó a su entendimiento atrofiado por el consumo de opio hasta que cayó en sus manos un libro del inglés David Ricardo, de la misma corriente de Smith y Malthus, y descubrió maravillado que no era su opio sino la incapacidad de exposición de aquellos otros científicos que no gozaban del talento narrativo de Ricardo. Como el propio Marshall señaló al defender su ciencia, para introducirse en los mecanismos de la Economía hay «tener la cabeza fría pero el corazón caliente»; acaso abordarla con un espíritu literario como el propio De Quincey.

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