La hegemonía de los excluidos, Antonio Gramsci
El pensamiento más esencial y polémico sobre la filosofía de la praxis y las desigualdades sociales del italiano Antonio Gramsci, tomada de los cuadernos escritos durante su estancia en prisión.
El gran excluido
Antonio Gramsci (1891-1937) conoció de primera mano la miseria más abyecta. Pasó la mayor parte de su corta vida entre hospitales —a consecuencia de la mala alimentación durante la infancia— y en prisión, perseguido por Mussolini. En la cárcel redactó sus «cuadernos» (Quaderni del carcere) inspirándose en las ideas de Carlos Marx y de Benedetto Croce. Reconocido intelectual y político, de orientación socialista, consideraba que cualquier ciudadano es un filósofo en potencia; en su actividad práctica está contenida una concepción del mundo, una filosofía. Pese a sus múltiples obstáculos logró asistir a la universidad y fundar una familia con una joven que conoció en su viaje por Moscú, pero la escritura de sus cuadernos, además de servirle de refugio a su condición de paria política, recoge su pensamiento de manera integral. Hegemonía de los excluidos rescata los escritos esenciales del que fuera su máximo ideal y retrata su esfuerzo por elevar las condiciones de vida de los más desfavorecidos. Para él, poner en tela de juicio la percepción de las injusticias permite la crítica de la hegemonía, empezando por el lenguaje cuya reelaboración permitiría romper la hegemonía cultural, como ha quedado constatado en la actualidad. Para Gramsci la relación con la hegemonía es pedagógica. Aspira a hacer de la filosofía un instrumento para las clases oprimidas en oposición a la filosofía institucional. La filosofía de la praxis, que es como refiere a su concepción personal del ejercicio de filosofar, no puede presentarse sino como postura polémica; como superación del modo de pensar preexistente y, por lo tanto, como «crítica del sentido común». Su consigna, como la de Maquiavelo —por notorias que sean sus diferencias— es hablar de las cosas tal como son en realidad y no como el mundo las elabora.
El sentido común
Los escritos de Gramsci apelan al «sentido común». Filosóficamente hablando, el sentido común es todo conocimiento humano elaborado cuyo origen es estrictamente racional y es «común» a todos los seres humanos. Este conocimiento primordial parece ser connatural al ser humano, y por eso mismo es verdadero, a pesar de estar sometido constantemente a deformaciones. Para Gramsci, este concepto tuvo interesantes connotaciones políticas, relacionadas con el igualitarismo entre seres humanos. Aristóteles lo atribuía a nuestra capacidad de percibir de manera casi idéntica los mismos estímulos sensoriales cuando estos impactan en nuestros sentidos. Sus elementos teóricos más significativos pueden reconocerse en la obra de Thomas Reid (Escocia, 1710-1796), para quien el sentido común es una facultad inferencial en toda acción humana donde el interés se antepone al deber, lo que coincide con la concepción gramsciana. A través de su disertación sobre el sentido común, Gramsci nos conduce a su obsesión máxima que es la superación de las desigualdades sociales que consiste, en términos materiales, en una mejoría de condiciones de vida, aunque lo que a él le interesa subrayar es la apertura de cauces para la expresión de las diferencias. La ideología, señala Gramsci, es el lugar de constitución de la subjetividad colectiva y se contrapone, por tanto, a la hegemonía adversaria. Una hegemonía universal debe dar cuenta de las diferencias específicas, por ello hay que actuar en el ámbito de la praxis. Cuando en la historia se crea un grupo social homogéneo, se crea también el sentido común, una filosofía homogénea, es decir, coherente y sistemática.
Reescribir a Marx, contradecir a Bujarin
En sus cuadernos, Gramsci establece un exhaustivo diálogo con la obra de Marx, en el que se exponen sus afinidades y discrepancias. La voluntad en sentido marxista significa conciencia del fin, tener la noción exacta de la propia potencia y de los medios para expresarla en la acción, y es en tanto «teoría y acción» el más importante puente entre el alemán y su lector italiano. Como Marx, Gramsci está convencido de que una persuasión popular tiene a menudo la misma energía de una fuerza material. Se declara pesimista respecto a una inteligencia popular pero optimista ante la voluntad del pueblo de salir adelante, por lo que «hay que poner en movimiento todas las reservas de la voluntad y ser capaz de abatir el obstáculo», como escribe en una carta a su hermano. En contraparte, Gramsci desconfía abiertamente de otro filósofo del socialismo, Nikolái Bujarin (1888-1938), secretario general del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista; teme que el éxito de sus teorías, recogidas en Ensayo popular, reduzca el marxismo a mera sociología de la historia y de la política, empezando porque parte del supuesto de que el sistema de ideas que implica al sistema común no puede ser legítimo del todo, al oponerse a los grandes sistemas de las filosofías tradicionales, sin considerar que dichos sistemas influyen sobre las masas populares como una fuerza política externa.
Morir de cárcel e ideología
Antonio Gramsci murió a consecuencia de un cuadro clínico devastador poco después de conseguir la libertad absoluta en 1937. Sin embargo, el autor de Hegemonía de los excluidos tuvo otra muerte simbólica. Sufrió en prisión la más triste de las decepciones; la de la ideología a la que sacrificó su vida como consecuencia de la grosera interpretación de Stalin sobre la política de partido. Sin embargo, ni siquiera su horror ante la aberrante actitud de Stalin lo empujó a suplicarle amnistía al Duce. Se dice, no obstante, que abrazó el catolicismo poco antes de morir, a los 46 años de edad, pese a haberse opuesto a la legitimación de la educación religiosa pues la Iglesia es una organización militante que participa activamente de las reglamentaciones del Estado.
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