Cosmovisión– Lázaro Covadlo. Reflexión íntima, más que personal, sobre el tema del infinito y su interpretación subjetiva, desde la posición de quien se asume universo en sí mismo y desea compartirlo.
Entre la efimera y la medusa inmortal
El gugel: el infinito y la nada
Pese a tratarse de un paralelismo arriesgado, reflexionar sobre los improbables límites de lo infinito puede llevarnos a la película Lucy, de Luc Besson. A grandes rasgos, este filme plantea la posibilidad de que una joven, cuyo cerebro alcanza, gracias a una droga, el 100% de su capacidad, termine encriptada en una USB, y alcance el gran estado de ubicuidad en la pantalla de un celular: «Estoy en todas partes». En esta película alude a la inabarcable cantidad de bytes que llevaría almacenar –al menos en esencia– a un ser humano; eso sin considerar la posibilidad de que, como señala George Gurdieff, el ser humano no posea un «yo único», sino múltiples «yoes» que aparecen y desaparecen de acuerdo con las circunstancias y en algunos casos confluyan en alguna paralela realidad esquizoide. Todo ello sin contar el Doppelgänger (doble andante), que pudiera interpretarse como nuestra sombra, o el ersatz, o sucedáneo. O, en casos como los de Fernando Pessoa –muy admirado por el autor–, sus heterónimos, con propiedades cósmicas. Cada ser humano, señala Covadlo, en un universo en sí mismo y, a su vez, el universo vive al interior de cada individuo. Dejando de lado aspectos como el espíritu, los recuerdos o las emociones, que conforman galaxias ignotas pero afines a la maquinaria, estamos compuestos por unos cien millones de células, sin contar las bacterias, y que hacen de nosotros modestas réplicas del universo mismo que, por si fuera poco, no se parece a ningún otro. ¿Cómo traducir todo ello en bytes? Imposible. En Lucy no nos lo dicen, pero al transformarse en información procesada, Lucy queda atrapada entre el Todo y la Nada y, como tal, adquiere omnipotencia. Esta circunstancia vuelve insustancial la «mala prensa», como la llama el autor, que atrae el tema del individualismo, que tiende a confundirse con egocentrismo, aunque el egocentrismo, más allá del terreno de la psicología, vendría a ser, en un sentido más emparentado con la física, el observatorio del mundo.
El lenguaje de lo inasible
Existe una necesidad inherente al ser humano, poeta o no; científico o no, de nombrar las cosas, incluso lo inefable y lo inasible. Para el autor, el asunto del infinito y la nada acarrean una controversia inacabable que mantiene a los científicos enfrascados en interminables discernimientos. El tema mismo de la identidad nos lleva a plantearnos, por ejemplo, si esta posee un doblez que nos lleva a reservar una para nosotros y otra para la sociedad en que nos desenvolvemos, y que espera de nosotros determinadas cosas. Esta última sería una identidad virtual pero equipada de un universo divergente. De esta circunstancia se desprenderían dos clases de ego, el individual y el colectivo. Este último es el que nos fuerza a reservar quiénes somos en realidad, y motivar una serie de inquietudes respecto de hasta qué punto cohabitan dentro de un solo individuo el Todo y la Nada, lo que, obligadamente, nos lleva a sugerir la posibilidad de una Nada relativa y de un Todo finito, «el conjunto de creencias que pueda tenerse acerca del mundo y todo lo que cabe en él, señala Covadlo, el tan mentado Weltanschauung, bien podría verse como un atributo de identidad». El Weltanschauung, es un término de género femenino que quiere decir «la forma de concebir el mundo y la vida» y justo de eso se trata esta arriesgada reflexión de Lázaro Covadlo.
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