Dar a sombra – Berta Mongé
El relato confesional sobre el deseo irrealizable de ser madre a través de una narración rica en pasadizos que conducen al universo íntimo y poético de Berta Mongé.
Habitando entre claroscuros
La maternidad, sea por deseo o por ausencia de llamada biológica, es un lugar que las escritoras no pueden evitar transitar alguna vez en su recorrido literario. Ya sea para clavar un hito en el camino y dejar testimonio de su convencimiento de no querer ser madre, como hizo Oriana Fallaci rompiendo los esquemas en su Carta a un niño que no nació, o al consagrado trío de escritoras NoMo (abreviatura en inglés de Not Mothers) –Virginia Woolf, Emily Dickinson o Jane Austen–, o para posicionarse en favor de la maternidad frente al oficio de escribir, como el caso de Clarice Linspector. Otras, sin embargo, optan por compaginar su vida doméstica con la escritura, como Natalia Ginzburg, navegando entre salsas de tomate, sopas de sémola y textos literarios, o Alice Munro, que escribía cuentos en el cuarto de la plancha aprovechando que sus hijas dormían.
Y también hay creadoras que descubren su talento literario a través del deseo de creación. Es el caso de Berta Mongé, autora de Dar a sombra, editado en Malpaso; cuyo anhelo de ser madre le ha llevado a estrenarse en el mundo de la narrativa con un libro sorprendente e inspirador. Se trata de una bitácora íntima que va alternando, a modo de pequeños fragmentos, hechos cotidianos de su vida en el campo con una inmensa capacidad de observación e imaginación metafórica, creando un universo particular encantador. Pensar en la autora es recordar a Alicia de Lewis Carroll, a Antoñita la fantástica de Borita Casas o, incluso, a la Amélie Poulain de la película de Junot, con un mundo creado que trasciende lo literario para convertirse en una suerte de hogar al que el lector siempre acude en su memoria de libros. La sensación de haber estado allí, como testigo directo del imaginario de Berta, de haberle hecho compañía en sus noches de insomnio cuando las doce en el reloj eran dos gordas, cuando las moscas le recordaban su prolífica descendencia, cuando las «estrellas fugaces espermatozoides» o «estrellas óvulos inalcanzables», cuando peinaba a las muñecas de sus sobrinas, cuando sus lecturas sobre fecundidad, aparato reproductor, diccionario, cuando las ecografías… Cuando su dolor.
La plenitud es redonda y crece
En El elogio de la sombra, Junichiro Tanizaki logra hacer que las sombras creen un lugar más habitable sin la intromisión de los objetos y su valor de estorbo sentimental. Donde hay luz siempre hay sombra –al menos en lo tridimensional– y ese plagio de la luz opaca, esa oscuridad, es lo visible. El exceso de luz ciega tanto como el exceso de deseo y, sin embargo, en Dar a sombra, esa energía creadora, que no se culmina en un hijo, se vuelca en el texto con todo su esplendor: es una sombra luminosa. Berta consigue dar a luz creando paisajes como sombras chinescas proyectadas en una hoja en blanco. El derecho de admisión de la autora de escoger su propia realidad le concede el privilegio de invitar a su territorio de papel solo a aquello que guarde relación con la fecundidad, o la aluda. Así en este caleidoscopio selecto se va sucediendo el tiempo, como guardián y ejecutor, rodeado de sueños premonitorios, vírgenes y arcángeles a los que encomendar una oración de concepción, el tarot como paliativo, reborns hiperrealistas –aunque no tanto–, insectos polinizadores, plantas polinizadas, muñecas, peleles, camas y almohadas, el amor, la copulación, la maquinaria y los gadgets de la ciencia, las probetas, la posibilidad en México, la fe, la no fe, la esperanza. Una suerte de horror vacui, de aversión al útero inhóspito, a la planicie de su vientre; una purga que la vacíe por dentro para dejar espacio a la creación biológica y culminar con su deseo de plenitud redonda.
¿Escribir es dar a luz o a sombra?
¿Es la literatura un pozo de los deseos o una forma de resistencia frente a la asfixia de la frustración? Cuando la vida transcurre por los pasadizos de la reproducción asistida, entre sillones de salas de espera, pinchazos de aguijones esterilizados, oraciones negativas, farmacias, rostros inexpresivos, a veces antipáticos y sin empatía, ansiolíticos e insomnio la escritura se convierte en un hecho fisiológico regulado por los esfínteres del cerebro y del corazón, cuyo control domina solo la autora. Es aquel no-lugar convertido en habitación propia, es una puerta mágica a la imaginación, es el territorio donde se da el milagro de la creación sin intervención de la ciencia. «Escribir es concebir. / Parir es crear. / ¿No parir es no crear?». No parir es crear si se tiene el talento de Berta Mongé y una inspiración tan poderosa para conseguir escribir un relato especular que no solo reconforta a quienes estén pasando por la misma situación de infertilidad, sino que, al mismo tiempo, resulta un texto inspirador escrito con sencillez y exquisitez, haciendo uso de un imaginario poético sensorial hechizante donde abundan las metáforas, los símiles, las metonimias y el teletransporte a su vida en el campo, a las camillas de las clínicas, a sus viajes a México y a su entorno repleto de vida y familia. Y sí, sí se puede crear sin parir y: «Faltaría una parte, faltaría decir que dar a sombra también se puede. Yo puedo. Mira».
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