El pasado 23 de octubre se presentó la novela La orquesta imaginaria de Rodrigo Díaz Cortez en El Club Cronopios, en el barrio del Raval de Barcelona. Un evento conducido por el editor – escritor y periodista– de la obra, Matías Néspolo.
Crónica de una novela cronopia
No es de extrañar que una novela cronopio sea introducida con un brindis de tequila a modo de spoiler de la velada, porque así es como acaba esta celebración del parto literario –que es como le gusta al editor denominar su propio debut editorial. Rodrigo Díaz Cortez ha escrito una novela breve que es como un perfect shot de licor –¿tequila? –que deja impregnadas sus propiedades organolépticas en el paladar de nuestra mente. Allí donde queda el regusto literario que permite saborearla largo tiempo, en algunos casos toda la vida, en otros tienes que tomar otro trago o comerte un erizo para eliminar el mal sabor de boca. No es el caso.
Matías Néspolo conoció al autor en 2003 –justo cuando Díaz Cortez estaba recién aterrizado de Chile– en el Neruda y compañía del Borne, y desde entonces no han dejado de compartirse literatura, tanto que se cumplió el destino de aquel encuentro uniéndolos en La orquesta imaginaria, que es una suerte de metáfora de causa-efecto. Porque el editor no se deja ningún elogio en el bolsillo y lo denomina, parafraseando a Carlos Zenón: «Un autor pura sangre que escribe en modo volcánico», un escritor que cincela la lava explosiva como un orfebre una y otra vez y disfruta con ello tanto que cuando acaba el proceso se olvida incluso de que es el autor: «Yo siempre quise escribir y no ser escritor». Por eso que la presentación sea tan breve como la novela y la comentemos en el bar…
Breve pero intenso, como se suele decir
En 2019, Díaz Cortez fue invitado a la Casa de América de Madrid a hablar de la experiencia chilena junto a Luis Sepúlveda –víctima reciente de la pandemia. Justo se había iniciado la revuelta social en Chile y estaba todo convulsionando. Podríamos llamarlo un encuentro simiente que dio lugar a un relato breve inspirado en la SENAME (Servicio Nacional de Menores), institución próxima a su casa materna. Durante el confinamiento a unos les dio por salir al balcón a sacar su ingenio comunitario y a otros por enredarse en cuestiones literarias. Así fue que lo que inició como un relato se convirtió en La orquesta imaginaria, repleta de personajes identificables con el legado onírico o surrealista, aunque en realidad están inspirados en la memoria vital del autor. Como «el astronauta», una suerte de loco del pueblo que anda portando un volante en sus manos por la plaza conduciendo un omnibús –autobús– imaginario repleto de fantasmas. Un auténtico cronopio, una criatura ingenua, idealista, desordenada, sensible y poco convencional que dice verdades como puños.
Díaz Cortez conversó más de lo esperado para ser un autor que no se siente cómodo en su versión de escritor de cara a la galería y contó curiosidades de su proceso de escritura como que su personaje protagonista femenino siempre comienza llamándose Flora, y a medida que la narración avanza se lo cambia. Flora se convirtió en Minina en La orquesta imaginaria por sugerencia de su hijo Rodrigo de 7 años con el que realiza collages tan maravillosos como el de la cubierta. Y a propósito de hijos, Vancety, su primogénito, le hizo una pregunta que aún seguirá intentando responderle: «¿Por qué eliges siempre personajes marginales?». «Para darles voz», fue primera respuesta automática, pero hay muchas más que quizás se verbalizaran en la fiesta posterior, tequila mediante.
A lo que íbamos
El Club Cronopios, convertido a día de hoy en un templo cultural en el barrio del Raval en Barcelona, se sigue manteniendo en pie y con buen equilibrio pese a todo. En parte gracias al buen cuidado de los que persisten en oficiar cultos de pensamiento y creatividad, como Rodolfo Alonso, coordinador de eventos, tertulias y actividades, y en parte al interés de su público y del buen ambiente que se genera en cada acto. No es extraño coincidir con escritores como los que acudieron a la presentación de La orquesta imaginaria: Verónica Nieto, Franco Chiaravalloti, Eduardo Hojman, Diego Gándara, Ana María y Chagra Bruno Montané – editores de Ediciones Sin Fin–, o José Christian Páez; y con artistas plásticos como Jaime Rivera y los letraheridos Elena Marzo, Borja Poo o John Bentley entre otros. Una verdadera orquesta cómplice y bien conectada empáticamente con el autor y un espacio tan multidisciplinar y tolerante con el debate y las propuestas de creación individuales. Y, además, cuenta con un bar para que sigan sonando las valquirias del «Astronauta» o la música de Stravinsky que le inspiró a Cortázar la creación del término, y que de los brindis surja –quien sabe– alguna que otra novela más.
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