El paralelo etíope – Diego Olavarría

11 minutos de lectura

Review

África
9.5/10
Guerra civil
8/10
Cristianismo
9/10
Viajes
9/10
Edición
9,5/10
Overall
8.9/10

El paralelo etíope–  Etiopía, un lugar fascinante para descubrir desde sus anomalías más que desde su fotogenia según la tradición humanista de Bruce Chatwin pero desde una sensibilidad latinoamericana.

Valoración usuarios:
4.5/5

Un mundo dentro de otro

«El ideal de una sola civilización para todos, implícita en el culto del progreso y la técnica, nos empobrece y nos mutila», escribió Octavio Paz. La frase aterriza en la mente del autor mientras reflexiona sobre la deshumanización de las tribus etíopes, trastocadas en atractivo turístico para quienes buscan una arriesgada aventura cultural en la antigua Abisinia ––país sin litoral ubicado en el cuerno de África–– a lo que él se responde: «No hay peor mutilación que la pobreza misma», la clase de pobreza que contempla justo en ese momento: la que deshumaniza, la que invade, la que orilla a seres humanos a asumir función de objetos o souvenirs. Al margen de esto, existe una razón por la que el autor ––así como otros turistas excéntricos que encuentra en su camino–– están allí, en el que sería válido definir como uno de los países más raros del mundo. Toparse con piezas otorgadas por el gobierno de Corea del Norte no produce extrañeza; tampoco el hecho de que la civilización occidental haya plantado dos de sus símbolos característicos, los hoteles Hilton y Sheraton, atiborrados, en su mayoría, de businessmen estadounidenses y europeos fraguando sacar provecho de aquella tierra ignota, así como miembros de oenegés. Hoteles blindados contra la miseria de los alrededores y sus enjambres de moscas y niños nimbados de estas, algunos defecando en cuclillas donde el requerimiento fisiológico lo demande, en los que se sirven alimentos cuyo aroma resultaría desconocido a quienes pululan inadvertidamente en los alrededores de estos palacios de la «civilización».

Y a todo esto: ¿qué espera encontrar en El paralelo etíope un turista habitual? Podría ser un turista literario que con toda seguridad leyó la novela Scoop, de Evelyn Waugh y El emperador, de Ryszard Kapuściński que coinciden, entre otras cosas, en describir la coronación de Haile Selassie, «el tercer Jesucristo», uno de los personajes más contradictorios del siglo XX, el mártir despótico en torno al cual se fundaría la religión rastafari, descendiente de Salomón, hijo de David, que, a la fecha, continúa congregando multitudes de creyentes extranjeros alrededor de su tumba. Otro afamado autor, Alessandro Baricco, escribiría, sin embargo, «África cansa», y cansa, señala el autor, porque a veces necesitas un respiro de previsibilidad.

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Un encuentro predestinado

La vida nos da claves ––imperceptibles casi siempre––, como si jugara con nosotros, sobre un llamado para el que fuimos hechos y que raras veces se manifiesta de maneras lo bastante elocuentes para acudir en pos de él. Desde muy joven, el autor supo que Etiopía lo aguardaba, aunque ello no significara que la experiencia sería luminosa en su totalidad. Detalles que parecieran inanes, como abordar por primera vez en metro de la Ciudad de México en la estación Etiopía, nombrada así precisamente en honor al emperador Selassie que visitó dicha ciudad en 1954, antes de que empezara a construirse ese sistema de transporte. O la rebeldía estética por las perforaciones, prohibitivas en la escuela preparatoria y en el conservador seno familiar, y que, descubre el joven un día, forman parte de la tribu maorí. Para ellos, nos explica el autor, la cicatriz es una forma de colonizar su propio cuerpo, de reclamarlo para sí, argumento del que se apropia en su infructuosa justificación para autolesionarse, que es como muchos perciben este tipo de prácticas, «pensé en los maorís como punks primitivos». Llegar hasta la tierra prometida, sin embargo, distaría de ser como coser y cantar, aunque dista de ser un turista convencional: es uno que se interesa también, y, sobre todo, en la realidad de un mundo dolorosamente desigual. Definitivamente no le interesan los mundos fotogénicos. Para llevar a cabo la narración de El paralelo etíope se inspira en la máxima de Bruce Chatwin: «No narrar las imperfecciones del viaje convierte la experiencia en una mentira». En su libro Patagonia, Chatwin afirma que este traslado extremo es un pretexto para reponer el trozo de milodón que su abuela guardaba como tesoro en una vitrina. El del autor de este libro podría reencontrarse con el muchachito que se identificaba con los maorís. Coincide, asimismo, con el ideal de Lawrence Osborne que en su libro El turista desnudo menciona que el término «viaje» en inglés se deriva del francés «traveille» que originalmente significa «trabajar», y el trabajo no siempre es grato.

Perdidos en el tiempo

Etiopía, y más concretamente su capital, Adís Abeba, oscila entre la petrificación del origen de los tiempos y un mundo distópico. La cohabitación imposible entre pasado y modernidad, donde los edificios y monumentos de su etapa comunista se mantienen impertérritos, pese a estar cubiertos de telarañas y cuarteaduras. Regido por un calendario personal, donde justo ahora corre el año 2013 ––2005 al momento del viaje aquí narrado–– y cuyo calendario tiene 13 meses al negarse a enmendar el cálculo de la Iglesia Católica en 500 d.c., celebran el Año Nuevo en una fecha irónicamente significativa para Occidente: 11 de septiembre. Hablan una lengua única en el mundo, el amhárico, que surge de la extinta ge’rez, antiguamente hablada en el Reino de Aksum. El país más antiguo del mundo, se dice, si nos atenemos a las coordenadas bíblicas, donde se practica un cristianismo fuera de este mundo a través de una Iglesia Ortodoxa etíope autocéfala. Sus sucesivos gobernantes, tiranos la mayoría, cargan con una maldición lo bastante clara para no tenerle respeto, y varios de estos forman parte de las irregulares reliquias de sus museos, como el trono de madera de Selassie donde se columpian las arañas, junto con el parasol de la emperatriz Taitu. Tierra prometida de los rastafaris, que vienen de todos los rincones del mundo para congregarse en la catedral de Santa Trinidad, donde yacen los restos del negus Selassie. También se caracteriza por tener el internet más caro ––y lento–– del mundo. Pero en estas características reside mucho de su fascinación para aquellos que buscan apartarse, literalmente, del mundo, El paralelo etíope es un buen comienzo.

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