Ilustres raperos – Foster Wallace y Costello

10 minutos de lectura

Review

Crítica musical
9/10
Historia del Rap
9/10
Ensayo música
9/10
Criterio musical
9/10
Edición
9,5/10
Overall
9.0/10

Ilustres raperos– David Foster Wallace y Mak Costello

Ilustres raperos, David Foster Wallace y Mark Costello – Crítica, biopsia estética-social y declaración de amor al rap esencial por parte de uno de los más grandes narradores estadounidenses e icono grunge, David Foster Wallace.

Valoración usuarios:
4.5/5

¿Los hombres blancos no saben rapear?

Uno sabe si le gusta el rap, pero raras veces se pregunta por qué le gusta. Y, más extraño aún, ¿qué hay detrás de sus letras? –si es que alguna resulta legible y rescatable por encima del ritmo; muy difíciles de comprender por el excesivo empleo de un caló que, no pocas veces, constituyen mensajes cifrados de un rapero a otro, habitantes de una comuna de una calle sin nombre, en una ciudad dentro de otra, perdida en la inmensidad del mapa de los Estados Unidos de América. Es plena era Reagan, de la ultracorrección WASP, dos estudiantes blancos de Harvard tuvieron el privilegio –y las agallas– de coincidir en un cuchitril de la calle Houghton de Boston, circundados por los peligros que entraña cohabitar con las leyendas de este género musical, a finales de la década de los ochenta del siglo XX, cuando el rubito Marshall Bruce estaba a punto de inventar a Eminem. Por un lado, David Foster Wallace, destinado a ser uno de los más notorios autores de su generación; y por el otro, Mark Costello, estudiante de Derecho adicto a la adrenalina de los raves callejeros. Compartían una suerte de afición antropológica por este género, del que además son coleccionistas, devorando las geniales reseñas de un crítico que, tal vez por precaución, firmaba bajo el seudónimo L. Bangs.

Bajos fondos subidos de tono

Que dos jóvenes de sus características vivan una película que le encantaría dirigir a Spyke Lee y escriban sobre un asunto al que, en apariencia, son totalmente ajenos, implica no solo explicar qué es el rap a otros como ellos, sino también consignar los riesgos y las aventuras que implica infiltrarse en un ámbito donde el rap llega a ser el producto artístico de una serie de circunstancias históricas, sociales y hasta criminológicas que campean esos barrios que para una inmensa mayoría blanca son escenografías de películas violentas. O, como apunta Wallace en una de sus digresiones poéticas de Ilustres raperos, «el mundo auténtico de lo negro» que a la gente blanca de Nueva York o Chicago les encanta mirar a lo lejos a través de las ventanillas del tren al pasar por South Side o el Bronx Sur; aunque el Roxbury de Boston –horno de los primeros éxitos masivos de un género en origen semi clandestino, hoy derivativo del pop–, aspiró alguna vez a convertirse en una ciudad dividida, exclusiva para negros. Imposible negar que existen vínculos del rap con los bajos fondos, no solo por los sitios donde tienen lugar sus producciones y se circunscriben a las áreas con más altos índices de delincuencia, sino que también por la participación de algunos de sus intérpretes en tales actividades –narcomenudeo, casi siempre–, según lo demuestran quienes purgan condenas o han perdido la vida en atentados y fuegos cruzados entre bandas, todo ello descrito al detalle en las letras de sus canciones.

La agresión mutua incluye robarse descaradamente las ideas, las letras, las tonadas, y en ese caso, la venganza viable en contrarrestar con otra canción que acuse y denigre al plagiario, algo que funciona mejor que las demandas que muy raras veces prosperan. En el mundo del rap, afirma Wallace, las copias descaradas corren a la par de los falsos cumplidos… y para copiar una cinta solo hacen falta tres minutos.

Música sampleada

Más allá del romanticismo inherente a los mundos sórdidos que ofrecen diversiones épicas, Wallace y Costello no permiten que la idealización y gusto por el rap nublen su objetividad como críticos musicales autodidactas, cerciorándose de revisar celosamente la relojería de su preciado objeto de estudio. El rap es, en relación con el arte musical, un collage en el que cabe de todo, incluida la «basura», que es, técnicamente, la función del sampler.

Los raperos no crearon el sampleo, pero lo volvieron central en sus creaciones, al grado de prescindir de instrumentos. Básicamente,  Wallace y Costello reconocen en Ilustres raperos, sin dejar de lado su declarada pasión por el género, una canción de rap se compone de retazos de otras canciones y su intérprete conversa más de lo que canta. ¿Qué tan significativo resulta que algunas de esas melodías que nutren al «monstruo» sean de blancos? A estas alturas, nada. Luego de que Aerosmith interpretó Walk this way junto con los legendarios Run DMC, se derrumbó la endeble pared que dividía el rock pop blanco del rap surgido como oro de las alcantarillas. Wallace vivió para constatarlo, antes de su segundo intento de suicidio que, por desgracia, fue el definitivo.

Wallace en su máxima expresión

Aunque no se intente discernir, mucho menos demostrar que «el rap es arte», no sería raro que el lector concluya que sí, que lo es, independientemente de su adhesión al pop blanco que ya se veía venir desde sus primeras incursiones comerciales, a principios de los setenta: los blancos lo acaparan todo, incluso aquello que ha surgido como un medio de expresión cultural, racial y de protesta por parte de la población afroamericana. La gran factoría musical, como el arte mismo, está hecha de muchas cosas, incluso de sonidos de ollas haciéndose añicos, de timbrazos de teléfono, de antiguos comerciales de detergente y señales perdidas de la NASA. Si tales elementos se manipulan para dar forma a una profunda inconformidad, hay arte palpitando allí. Y todo esto se siente como una exposición épica narrada por el Mejor Wallace en Ilustres raperos, editado en Malpaso.

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