Jerzy Kosinski – El árbol del diablo
Jerzy Kosinski – El árbol del diablo, la narración visionaria que anticipa el mismo vacío existencial en el que gravita la sociedad actual atrapada en la especulación material y moral.
El sueño de los americanos sin sueños
Kosinski toca la fibra de una sociedad enriquecida pero abocada al fracaso, a la pérdida de perspectiva, a la evocación de unas expectativas ilusorias e inalcanzables por cuanto absurdas, en definitiva; una sociedad condenada a ahogarse en el vómito de su angustia colectiva y a esconder la cabeza bajo tierra como baobabs, árboles que inspiran el título de esta novela, El árbol del diablo, que es como se llama a esta especie que oculta su copa bajo tierra. La novela se sitúa en la América de los años setenta, un lugar que se ha hecho ubicuo replicando su modelo de vida próspera y bienestar en toda la sociedad occidental a lo largo de los años. Jonathan Whalen, su protagonista, no deja de ser un hombre más, pese al fortunón que le ha caído en herencia, y cuya libertad interior permanece sujeta a la maquinaria social de la que no puede desvincularse. Kosinski aprovecha el estatus político y empresarial de sus personajes para ofrecer una crítica despiadada, irónica y corrosiva que plantea muchas cuestiones sobre la ambigüedad en la que transita la ética y la moral del mundo capitalista.
La gran mentira espiritual
De nada sirve la descomunal solvencia económica si no es capaz de comprar la paz interior, los sentimientos personales y ajenos, esa ansiada libertad interior. El nihilismo en el que suele caer el hombre contemporáneo se ha convertido en el leit motiv de una estirpe de escritores preocupados por darle un sentido al devenir de la especie humana que transita por este mundo sin saber ni de dónde viene ni a dónde va. Los hay que se dan al carpe diem, al onanismo, al hedonismo o a quién sabe qué juguetitos espirituales con tal de hacer más llevadera su estancia en la tierra. Por traer algunos nombres, que siempre vienen bien para ubicarnos, recordemos a Albert Camus –con clara influencia de Nietzsche y Schopenhauer–; a Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Heiddeger, Kierkegaard o Dostoievski (la lista es larga, pero hemos venido a hablar de Kosinski…). Todos ellos intelectuales en grado sumo que abogan por la defensa de la libertad individual para aproximarse al conocimiento de la condición humana. Pero ¿es posible ese conocimiento aun haciendo uso de esa libertad individual? Kosinski no responde a una de las incógnitas más estudiadas de la filosofía y tematizadas en literatura desde la modernidad, sino que con El árbol del diablo pretende dar una visión personal de su experiencia como millonario consorte que juzga, desmonta y critica la gran mentira en la que se ha construido el anhelado primer mundo.
Chute de conciencia narrativo
Kosinski logra concebir en El árbol del diablo un personaje que dispone de una de las claves que podrían aproximarlo a esa ansiada libertad. Jonathan Whalen, único heredero de un gran imperio en la industria del acero, acostumbrado a grandes juergas drogadictas y sexuales, enamorado de una top model que practica el amor libre y recién huérfano total se embarca en una aventura sin rumbo aparente. Tiene el dinero suficiente para comprarlo todo: morales colectivas e individuales, cuerpos aparentemente insobornables, afectos, recuerdos e incluso vidas. Su entramado sentimental y laboral le sirve como referente en el que ir aceptando y desechando diversos aspectos de su personalidad. De hecho, ese desdoblamiento viene ya marcado por el uso de dos voces narrativas; narrador omnisciente y primera persona, que van introduciendo personajes para definir un arquetipo de antihéroe americano: Jonathan Whalen. Antipatriota que huyó a Europa para librarse del ejército, adicto al consumo de drogas, al sexo remunerado, a la violencia, a las apariencias, y a traspasar los límites de una sociedad convencional y los de la suya propia siempre a caballo entre el bien y el mal. Y, aunque no lo parezca, la elaboración del personaje no es del todo fatalista, aún hay esperanza en el ser humano en el mismo hecho de testar su conciencia ante las estereotipadas injusticias sociales. No se ve a John Lennon y Yoko Ono encamados en habitaciones de hoteles de lujo clamando por la paz en el mundo, pero el autor aprovecha cada oportunidad de las breves historias de los personajes secundarios para dar bofetadas reivindicativas.
Una provocación psicodélica real
El árbol del diablo logra uno de los grandes objetivos de la ficción –suponiendo que la historia sea totalmente ficticia–: transformar al lector, no dejarlo indiferente, conmocionarlo, escandalizar o ruborizar a los más tímidos o mojigatos, y excitar a las mentes más predispuestas a través de pasajes únicos emparentados con el realismo sucio de Bukowski o Burroughs, o el polémico cineasta Roman Polanski, con quien compartía amistad. Y fuera del plano de las emociones, en lo antropológico consigue mostrar la realidad social que obsesionó a Fitzgerald, aunque desde el punto de vista del lado opuesto. Millonarios excéntricos y caprichosos, aventuras de un exotismo que toca lo absurdo, glamour y exaltación de las apariencias hasta alcanzar el patetismo, excesos y depravación elitista sin miedo a las consecuencias, sobornos políticos y empresariales. Algo que no nos resulta del todo indiferente y a lo que transcurrido más de un decalustro de la narración estamos más que acostumbrados.
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