Fulgor – Alma Mancilla
La historia de una huida a la búsqueda de un refugio donde superar un trauma personal y el descubrimiento de una identidad forjada con dosis de alucinógenos y fantasía.
Viaje al centro de la desesperación
¿A quién no se le ha pasado alguna vez por la cabeza la idea de querer escaparse al fin del mundo para huir de un trauma psicológico? ¿Y cuántas veces se puede cumplir con el propósito? El cambio drástico es más viable si viene acompañado de alguna facilidad económica u oportunidad laboral. En el caso de la protagonista de Fulgor, una investigación antropológica en una comunidad indígena es la excusa perfecta para encerrarse en una cabaña a escribir y resolver sus conflictos interiores. La búsqueda de una habitación propia, emulando a Virginia Woolf; un lugar donde ser uno mismo con su mecanismo y circunstancias –como ya hicieran Thoureau, Dylan Thomas, Bernard Shaw o Mark Twain–; que supondrá en la protagonista de este relato un espacio de alquimia emocional y liberación del lastre acumulado. Sin embargo, a diferencia de este elenco de escritores que precisaron del aislamiento para escribir sus obras, la historia vital de la antropóloga vendrá condicionada no por sus investigaciones, sino por los acontecimientos misteriosos que girarán en torno a ella.
Cuando la fantasía es una adicción
Fulgor, de Alma Mancilla tiene un halo de misterio lento y pausado al estilo de Edgar Allan Poe, con un componente inquietante que parece inspirado en el Lovecraft de La llamada de Cthulhu o Los sueños en la casa de la bruja. Sectas, criaturas fantásticas, alucinógenos y sacrificios en comunión con la vida cotidiana de Eva, la protagonista adicta a las drogas legalizadas (ansiolíticos y antidepresivos), en un pequeño pueblo custodiado por un volcán nevado a lo lejos. Sin wifi, sin cobertura, sin auxilio y en mitad de una crisis emocional provocada por un aborto ¿voluntario? Su llegada a la extraña comunidad de vecinos, cuya lengua autóctona es un aliciente para enriquecer el diccionario de etnografía antes de que le sobrevenga la extinción, llama la atención de personajes icónicos en una novela de misterio. Un vigilante desconfiado y hosco; un albino curioso y extrañamente servicial; un grupo de mujeres que habitan un caserío abandonado donde hay un lugar cerrado e inaccesible que parecen venerar; una parvada de lechuzas y seres que remiten a la mitología ancestral, intromisiones de insectos y alimañas, o un cuadro en la cabaña que parece ir cambiando de aspecto como El retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde –que también marcará el curso de la narración.
Locas cuerdas de atar
Se percibe que el universo inspiracional de Alma Mancilla viene claramente marcado por su lugar de crecimiento vital y literario. Nació en Toluca, en México, tierra de chamanes y misterios, de embrujo y realismo mágico, de relatos tocados por la suerte de un lenguaje rico en léxico, en imágenes sensoriales, casi perceptivo, poético y místico. La narración transcurre con la normalidad de los hechos cotidianos, sin sobresaltos, en conjunción con la línea temporal, pero manteniendo la atención del hechizo, del trance en el que sumerge al lector de principio a fin en un recorrido de apenas ciento veintiocho páginas. La identificación con el personaje, ya sea personal o con alguien del entorno del lector, es inevitable. La condición femenina y los trastornos derivados tanto de la biología como de las malas experiencias en las relaciones íntimas, el vínculo adictivo con la medicación ansiolítica y antidepresiva, la necesidad de desaparecer, la búsqueda de la alteridad o la necesidad de ser otra son síntomas de la infelicidad que asola a la mayor parte de la población contemporánea y que sirven de leit motiv en la novela actual. Mujeres que viven en una campana de cristal, personajes que eluden ser recluidos en psiquiátricos, locas cuerdas de atar que piden a gritos la desconexión, ya sea de las máquinas, de la sociedad o de una misma. Una desconexión que pareciera estar en los libros como vía de escape o invocación lectora, como terapia o quizás como espejo embrujado. Eva lee a Albert Camus, a Alejandra Pizarnik, a Arthur Machen ofrecen algunas claves al lector sobre sus prescriptores literarios y emocionales. Se podría afirmar que la literatura tiene el poder de la transformación, no se sabe, sin embargo, si sana o llena la cabeza de grillos. Lo cierto es que sin ella el mundo resulta mucho más monótono y tedioso, y terriblemente ingobernable.
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